Carta de amor al miedo a ser "Too much".
Querido miedo a ser “Too Much”.
Alguna vez te vi como un terrible monstruo, y quiero pedirte perdón por ello.
Hoy te veo diferente. Hoy te veo como un pequeño pájaro nervioso anidando en mi hombro. Tan extraño e inquietante.
Con una pregunta en tus diminutos ojos: ¿Seré demasiado?
¿Demasiado ruidoso? ¿Demasiado brillante? ¿Demasiado sensible?
¿Demasiado colorido? ¿Demasiado libre? ¿Demasiado intenso?
¿Demasiado alegre?
Quizás naciste de un lugar donde todos encajan perfectamente en cajas predefinidas, donde los sueños se guardan cuidadosamente en edificios de cartón.
Quizás naciste de un mundo que susurraba dudas.
De un mundo que no entiende a los verdaderamente vivos.
Sonrío al recordar los días en los que casi te volvías loco cuando iba más allá de nuestros límites. Cuando me salía de aquel silencio cortés y hablaba.
Y luego regresaba a ti sonrojada con mi voz temblorosa y te veía respirar con alivio.
Como esa abuela que espera en el porche hasta que su nieta llegue de la escuela.
Temías que el mundo me encerrara.
Pero luego estaban esos otros momentos, mágicos y raros, en los que nos atrevíamos juntos a cantar.
Recuerdas la noche que cantamos esta canción: “Ahora escúchame. Ya he encontrado la palabra justa, mejor prepárate, tiene algo que a todos asusta. Sí, la voy a soltar. La quiero soltar. Pronunciaré 'esperanza'. La gritaré por dentro si es lo que hace falta.”
Y entre dormido me susurraste tan bajito, como quien quiere que nadie lo escuche: quizás somos los sueños hechos realidad, de los que una vez vivieron tan profundamente.
Sé que susurras miedo también en los corazones de los soñadores y de todo aquel que se atreva a querer algo diferente.
Sé que no soy la única, y hasta me molesta tener que compartirte.
El amor con el que me protegiste fue tanto, que me enseñó que es posible un amor que me abrace por completo: lo desordenado, lo tierno, lo feroz, lo "demasiado".
Estuviste ahí, siempre, protegiéndome. Fuiste mi guardián y mi protector, me protegiste del dolor, del rechazo, del juicio, de lo desconocido, incluso, si eso significaba un dolor para ti, el dolor de apagar mi propia llama.
Me enseñaste a cuidarme. Me enseñaste el arte de encogerse para encajar. Cultivaste fuerza y resistencia sin saberlo.
Y había una enseñanza más oculta en tu intento: tanta pasión sin límites, se derrama. Tanta alma sin tierra, se diluye.
Me enseñaste a mantener el equilibrio, a no identificarse demasiado con algún ego o alguna cosa. A mantenerme en el dulce equilibrio entre el caos y el alma.
El adiós nunca es fácil, ni siquiera cuando es el momento.
Tu papel está hecho, pequeño protector. Me protegiste con una lealtad feroz y por eso te estaré eternamente agradecida.
Pero esta es la verdad: llegó el momento de aceptar lo "demasiado" que me hace quien soy. Mi alegría desordenada y sin filtros.
Te pido que hoy me muestres las partes de mí que escondí, las partes de mí que evito, las emociones que considero demasiado intensas, las historias que no conté, las risas que no reí.
Te pido que hoy, antes de irme, me muestres los sueños que silencié para no parecer demasiado ambiciosa, demasiado inconformista, demasiado inocente.
Descansa ahora, mi queridísimo guardián. Descansa sabiendo que tu trabajo está hecho, que las lecciones que grabaste en mi alma me guiarán para siempre.
Algunas cosas son más bonitas cuando las dejamos volar libres en el cielo,
Vuela alto mi pequeño.
Con un amor que trasciende cualquier adiós,
Una que está aprendiendo a amar ser "demasiado".